La conocida mala relación con la prensa del 45º presidente de los Estados Unidos, el magnate excéntrico Donald Trump, hizo dudar de su continuidad en el puesto desde el primer minuto tras su victoria. El tiempo, en gran parte, le ha dado la razón.
No digo nada nuevo si afirmo que parte del éxito de Trump se debe a su penosa relación con la prensa. Tampoco es desconocido que, precisamente eso, es lo que genera la aversión hacia su persona. Es decir, la prensa y Trump son una relación de amor-odio (Trump les necesita para hacerse notar y ellos le necesitan porque les da titulares), pero con la balanza del éxito declinada hacia el señor del tupé inalterable. ¿Por qué? Porque la campaña orquestada a nivel mundial en su contra fue la estocada final de la credibilidad de muchos de los medios con un más que claro sesgo político hacia posturas progresistas.
El suicidio colectivo de los medios frente a Trump se agranda a medida que las mentiras sobre su persona, su familia y su equipo se acrecientan. Los periodistas, tras un primer KO técnico por los continuos envites de la bestia empresarial durante su campaña después de que estos se rieran de su candidatura, pasaron a la ofensiva y esto, periodísticamente hablando, significa usar las técnicas más rastreras para atacar con todo aquello que se pueda. Pero cometieron un error: no midieron el efecto nocivo de la desinformación y esta se volvió en su contra. Así como si de un escudo protector repelente se tratara, cuanto más le atacan a Donald Trump, más daño se hacen los medios porque la gente ha roto el techo de cristal y ha conocido la luz fuera de la caverna -hablando en términos platónicos.
No estoy diciendo que Trump sea un santo, ni mucho menos -tampoco hace falta-, y esto es precisamente lo que gusta a los ciudadanos hartos de políticos insulsos, sin carácter, burócratas clonados sacados de la factoría que suponen los grandes intereses internacionales. Todos al mismo ritmo, todos diciendo lo mismo, todos con esa sonrisa falsa mientras hundían a la humanidad en un pozo sin fondo. Llegó un señor que no era político y ha acabado con (casi) todo lo que existía de la noche a la mañana. Consecuencias: la izquierda ha mutado en enfermedad mental con tintes de cáncer metastásico porque ve cómo los privilegios que daban por sentados se están haciendo añicos como si de una planta reseca por la inclemencia del sol se tratara.
Esta corriente (des)informativa que ha alcanzado cuotas nunca vistas en nuestras sociedades occidentales es lo que se conoce comúnmente como ‘fake news’ o noticias falsas en español. Este término, que no es nuevo en absoluto, para muchos parece significar el descubrimiento de El Dorado o el Arca de Noé. ¿Cuándo no ha habido desinformación y noticias falsas en la historia de la humanidad? Hay una legión de progresistas ahí fuera que aún siguen creyendo que no hay manipulación mediática. Para ilustrar lo que estoy diciendo aquí tienen un vídeo sobre medios estadounidenses que no les dejará indiferente.
El miedo del establishment a perder el control sobre las sociedades con el huracán Trump y su posible efecto dominó se tradujo en una campaña mediática sin precedentes para defender la “democracia”, esa democracia que aupó legalmente a Trump con el apoyo de la mitad de la ciudadanía. El chiste se cuenta por sí solo.
Las mentiras contra Donald Trump y sus políticas han sido muy numerosas, pero me gustaría resaltar algunas. Durante la campaña presidencial, el New York Post dejó caer que Melania Trump había residido como ilegal violando su visado, algo que fue desmentido poco después. También dijeron que no había pagado impuestos durante 18 años y después se demostró que, no solo los había pagado, sino que pagaba muchos más proporcionalmente que Bernie Sanders o Barack Obama.
Un reportero de TIME, Zeke Miller, llegó a criticar al presidente la eliminación del busto del mítico Martin Luther King Jr. en un acto “claramente racista”. Se pueden imaginar que el hecho era falso. “El busto sigue allí, pero estaba oculto tras un agente de seguridad y una puerta”, admitió en un tuit Miller. Periodismo de calidad.
En junio del año pasado, tras una entrevista de la NBC News al presidente ruso Vladimir Putin, la cadena dijo que el nuevo zar había asegurado que tenía información comprometida sobre Trump. En realidad, dijo lo contrario y tuvo que retractarse.
">June 5, 2017CORRECTION: Putin denies having compromising information about President Trump, calls it nonsense https://t.co/QU5x6XhXRY pic.twitter.com/BAtFzk2KYd
— NBC News (@NBCNews)CORRECTION: Putin denies having compromising information about President Trump, calls it nonsense https://t.co/QU5x6XhXRY pic.twitter.com/BAtFzk2KYd
— NBC News (@NBCNews) June 5, 2017
Sobre la popularidad de los eventos también se miente, y mucho. El pasado mayo, el New York Times informó de que a un mitin del presidente habían asistido 1.000 personas. La cifra real era de 4.500.
El odio hacia Trump, avivado y dirigido por los medios ha llegado a un punto peligroso. En un mitin en Las Vegas el 18 de junio de 2016 intentaron asesinarle. No es sorprendente cuando se han publicado portadas como esta:
¿Se imaginan algo así si fueran los medios conservadores quienes pusiesen en la diana a cualquier personaje de toda la amalgama progresista que pulula a sus anchas por Occidente?
El caso más reciente ha sido con la visita al Reino Unido y su reunión con la primera ministra Theresa May. Durante su discurso, Trump recalcó en un acto de sinceridad política nada habitual que la Unión Europea era un “rival” económicamente. En inglés, la palabra ‘foe’ puede entenderse como ‘rival’, ‘oponente’, ‘adversario’ pero en muy contadas veces se usa como ‘enemigo’. Seguro que se imaginan qué traducción escogieron nuestros medios.
La credibilidad de los medios tradicionales está muerta. En una encuesta de abril de este año, el 63 por ciento de los estadounidenses cree que estos medios difunden ‘fake news’.
Trump se enfrenta al Leviatán y este contra él (¿o es al revés). El 90 por ciento de las noticias sobre su persona durante los cuatro primeros meses de legislatura fueron negativas y, aún así, no paró de crecer su popularidad.
Por ahora, la victoria está de su lado.