PARADIGMA21

Martes 21 Marzo 2023

Europa sufre una oleada inmigratoria masiva nunca vista, lo que cambiará para siempre el panorama social del continente si las potencias no toman medidas para frenarlo. El problema son los mismos gobiernos que favorecen este cambio en contra de la mayoría de los ciudadanos que ven la inmigración como algo negativo más que positivo a largo plazo.

Banderas Parlamento Europeo

En el año 2015 se batió el récord de peticiones de asilo en Europa (1,3 millones) desde el fin de la Unión Soviética en 1992 con 697.000, según fuentes de Euroestat, la agencia estadística de la Unión Europea. Ni siquiera la guerra de Kosovo habría producido tal flujo de desplazados en territorio continental.

Curiosamente, y en contra de lo que parece si nos atenemos a lo que los grandes medios dan a conocer, Hungría fue el segundo país europeo en recibir solicitudes de asilo con 174.000 después de Alemania con 442.000.

Los europeos no ven con buenos ojos la forma en que la UE está gestionando la crisis inmigratoria, según datos extraídos de Pew Research Center. Se da un nuevo caso en el que las élites de Bruselas legislan y promueven políticas no solo contrarias al futuro de sus conciudadanos, sino en contra de su propia voluntad.

En Grecia, el 94 por ciento de la población ve negativa esta gestión después de que el grueso de inmigrantes (850.000) entrase por su territorio; en Suecia, ese paraíso socialdemócrata que nos pretenden vender día sí y día también en los medios, el malestar alcanza al 88 por ciento de la población -así se entiende el auge de los Demócratas Suecos-; en Italia es el 77 por ciento, en España el 75… incluso en Holanda, el país con mejor aceptación de estas políticas europeas, el 65 por ciento de la población está en contra.

Entonces, ¿qué está ocurriendo?

En enero de este año, la Unión Europea llegó a un acuerdo con Turquía mediante el cual, el segundo recibiría 3.000 millones de euros a cambio de frenar la oleada inmigratoria en dirección a Europa. Y fíjense que digo “oleada inmigratoria” porque no es una oleada de refugiados. Nos hicieron creer que los que llegaban a territorio europeo eran sirios exclusivamente, los que sí podían ser considerados refugiados según los convenios internacionales y que, a lo sumo, deberían estar cuatro años en el país de acogida bajo esos derechos. Pero resulta que los sirios eran y son minoría.

La Agencia Internacional para los Refugiados (ACNUR) señala que “es necesario diferenciar entre refugiado e inmigrante económico, dos términos que a menudo se suelen confundir. Mientras el refugiado huye por temor a ser perseguido, el inmigrante económico abandona su país de nacimiento o sitio de residencia de manera voluntaria, casi siempre por razones laborales o profesionales”.

A través de los flujos migratorios de Oriente Próximo, han llegado a suelo europeo personas de países como Bangladesh o Pakistán, por lo que no pueden ser considerados refugiados ya que sus países no están en guerra. De hecho, son lo que se denomina ‘inmigrantes económicos’ que, al entrar en nuestro territorio sin los papeles adecuados, se convierten directamente en inmigrantes ilegales.

¿Cuál ha sido el problema? Tras el pacto con Turquía, que sirvió para lavarse las manos de los dirigentes como Angela Merkel ante la presión ciudadana por su errónea política proinmigración, Erdogan, el nuevo sultán turco, tiene ahora una gran arma con la que presionar a la UE si esta no acepta sus peticiones.

Si lo recuerdan, el dirigente turco salió ileso de un dudoso golpe de Estado gracias al cual ha podido perseguir, encarcelar y asesinar a parte de la oposición política y civil. ¿No les parece raro que ya no se hable de ello en los medios? La presión migratoria es la moneda de cambio.


Marruecos, más enemigo que aliado

Un caso semejante ocurre con Marruecos, cuyo rey Mohamed VI utiliza la inmigración como arma de presión política. Los asaltos a la valla no son casuales, ni fortuitos. Se producen porque Marruecos levanta la mano y permite que pase cierto cupo de subsaharianos de vez en cuando.
Los casi 1.000 que han llegado este verano asaltando nuestro territorio e hiriendo a las fuerzas de seguridad, demuestra hasta qué punto nuestro vecino del sur tiene poco de amigo y mucho de enemigo.

En el ya famoso buque Aquarius, que hace de transporte privado de personas más que de rescatador, llegaron personas de Afganistán, Argelia, Camerún, Chad, Eritrea, Etiopía, Gambia, Ghana, Guinea (Conakry), Guinea Bissau, Costa de Marfil, Mali, Marruecos, Níger, Nigeria, Pakistán, Senegal, Sierra Leona, Sudán (Norte), Bangladesh, RD Congo, Liberia, Somalia, Sudán del Sur, Togo y Comoras.

Algunos de estos buques u ONG como Open Arms que favorecen este tráfico ilegal de personas han sido denunciados precisamente por esto mismo sin que los grandes medios pongan en duda la viabilidad, ni la legalidad, ni los peligros sanitarios que supone traer a individuos sin ningún control de documentación ni médico previo. Enfermedades ya desaparecidas vuelven a registrarse en suelo europeo.

El ciudadano medio se pregunta por qué está ocurriendo todo esto. La respuesta es complicada, pero si atendemos a lo que opina la ONU sobre la inmigración a través de la Organización Internacional para las Migraciones (IOM por sus siglas en inglés), podremos, al menos, situar la piedra angular desde la que empezar a verle un sentido a todo esto.

Para la principal institución globalista, la inmigración masiva es “inevitable, deseable y necesaria”.

 

 

 

 

Las élites abiertamente dicen lo que quieren hacer, cómo y cuándo, pero a través de canales no mayoritarios por lo que el grueso de la población tiene complicado acceder a esa información. Y, cuando la reciben, el escepticismo en la principal respuesta.